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NUEVECUATROUNO | 18 FEBRERO 2022

«Villarroya es uno de los mejores ejemplos de cómo evitar la despoblación»

Muchos pueden achacar o agradecer a la pandemia el haber descubierto otra España. Esa en la que el ruido de los coches no molesta; esa donde el aire es más sano; esa donde por sus calles los chavales juegan… «pero no podemos quedarnos en la superficie y seguir viéndolos como lugares donde pasar el finde o un puente». Son historia viva, son los pueblos.

Sergio del Molino lo recogía muy bien en su libro ‘La España vacía’: «El problema de la España rural no se va a solucionar con gente pija yendo los fines de semana a hoteles y casa rurales». Y este guante lo ha recogido el periodista Denis Escudero para, contando la intrahistoria de ocho pueblos de la geografía española con menos de veinte habitantes, demostrar que la vida en las ciudades, sin los pueblos, no se puede llevar a cabo.

El periodista y autor del libro ‘La España que abandonamos’ ha dado voz a los vecinos de la conocida como ‘España vaciada’, poniendo nombre y apellidos a sus historias «no de manera catastrofista ni pesimista, sino realzando el valor de esos municipios y, sobre todo, escuchando lo que sus habitantes tenían que decir acerca de su futuro», explica Escudero.

Junto con el fotógrafo Pedro Rolán ha recorrido ocho pueblos en seis días, más de 2.200 kilómetros en coche, y Villarroya ha sido uno de los elegidos. «Lo conocía por la televisión y a través de un artículo que leí y me llamó mucho la atención. Ha sido un auténtico descubrimiento porque es un pueblo con 8 habitantes censados, pero tiene una asociación de más de 300 personas inscritas».

Escudero reconoce que es uno de los capítulos de su libro al que más cariño le tiene y lo ha titulado como ‘El pueblo vacío multitudinario’. «La sensación una vez que llegas es muy curiosa. Aparcas y te encuentras la iglesia de San Juan Bautista que está totalmente restaurada, edificios muy cuidados y calles en estado de ruinas. Un contraste muy fuerte».

Durante su estancia en el pueblo, y sentado en el banco de la plaza, conoció la verdadera realidad de Villarroya. «Tiene una historia tremenda con sus minas, esas que se clausuraron en los años 60 porque estaban agrietando el pueblo. Los propios habitantes del municipio hablaron con el dueño de la explotación y le dijeron: ‘O nos facilitas el crear un pueblo aquí al lado, o detienes la labor de la mina porque el pueblo desaparece’».

Y aquí empezó todo. El cierre de las minas provocó la salida de cientos de vecinos. Casi 400 personas vivían en Villarroya hasta que llegó a quedarse solo una, Salvador Pérez, alcalde durante más de 40 años. El propio protagonista cuenta a Denis cómo el pueblo sobrevivió gracias a un «pozo de agua que encontramos en los 70».

Pero no solo eso. «Villarroya cuenta con un yacimiento arqueológico que puede ser clave en el estudio contra el cambio climático por el tipo de suelo». Y lo que más destaca Denis: su asociación. «Todos los meses hacen actividades. Gente que no vive allí, pero es el pueblo de sus padres, abuelos y siguen manteniendo las tradiciones. Es uno de los mejores ejemplos de cómo evitar la despoblación, de cómo preservar la historia de un pueblo y de mantenerlo de la manera que sea».

La despoblación vista por los mayores y los jóvenes

El periodista defiende que para hablar con propiedad «hay que estar en el terreno, porque a la ciudad nos llegan noticias, inputs, pero hay que rascar, respirar ese aire y hablar con aquellos supervivientes que te cuentan cómo estuvo el pueblo en su momento, cómo se quedó después del éxodo rural, cómo fue el tránsito hasta los años 90, cómo está hoy en día y cómo ven ellos que puede llegar a estar».

Y como en todo, hay diferentes visiones. Escudero reconoce que a algunas personas, sobre todo las de mayor edad, «no les apetecía hablar del tema porque piensan que no se ha hecho nada durante muchos años y al hablar de estos temas se emocionan y no quieren volver a pensar en ello».

Precisamente los mayores son los que ven la cosa ‘muy negra’ y son más pesimistas. «Ellos han vivido en un pueblo donde había mucha gente y donde ahora las puertas se cierran. Donde el vecino que siempre estuvo ya no está, ¿y la iglesia? ¿y el bar? ¿y la escuela?… Todo se cierra y tú sigues viviendo en el pueblo que te vio nacer, pero ya no es el mismo, no está la gente, que es la que le da identidad».

Sin embargo los jóvenes ya lo han conocido así, con diez o doce habitantes, y «tienden a ser más optimistas pensando que si se hace algo ahora y se hace bien, todavía pueden salvarse los pueblos. Es más, son ellos los que aportan soluciones».

La pregunta es obligada: ¿Villarroya tiene futuro? «Por supuesto. Un pueblo así va a resistir. No me atrevo a meterme en números y quién sabe cuántos habitantes habrá de aquí a diez años, pero mientras siga habiendo generaciones que fomenten el amor por su pueblo y mientras haya niños corriendo por sus calles, Villarroya no desaparecerá».